Hoy Osvaldo Pepe es el jefe de redacción del diario Clarín. Durante el Mundial 78 trabajaba en la recordada revista Goles. Tuvo dos cuñados desaparecidos, y es yerno de una madre de plaza de mayo. En esta nota nos cuenta como vivió esos años y principalmente que dificultades encontró a la hora de ejercer su profesión.
Por Matías Cerviño
- Durante el Mundial 78 usted era redactor de la revista Goles. ¿Cómo vivió su labor periodística durante este período?, ¿Se vio dificultada su tarea por algún motivo relacionado con la coyuntura política de la época?
OP- No sólo el trabajo, toda la vida cotidiana estaba condicionada por la opresión de la dictadura. El clima de terror y miedo se palpaba en las calles y en las familias. Siempre aparecía el comentario de alguien que contaba algo sobre los operativos de la represión militar. Aquello, como dijo la Justicia, fue un plan criminal organizado y sistemático para el exterminio. No casualmente en aquellos años se puso de moda el TEG, un juego sobre la guerra, casi una metáfora del país. Fueron años durísimos.
Yo hacía periodismo deportivo y en mi tarea tuve una sola obstrucción. Y no fue menor. Un instructivo oficial que sugería no criticar a la selección de Menotti. Creo que el papel fue de la Secretaría de Información Pública, me parece que ése era el nombre del organismo. Y llegó a los medios como "sugerencia". Recuerdo haber visto el papel, lamento no haberlo guardado. Pero existió.
- Cuando se le pregunta a los periodistas sobre este período, las opiniones se dividen entre los que sabían lo que estaba ocurriendo en el país y los que dicen no haber estado al tanto del horror. ¿Usted en cuál de estos dos grupos se ubicaría y porque?
OP- Estaba al tanto de lo que pasaba, perfectamente. Tuve en un momento dos cuñados desaparecidos, uno de ellos lo sigue estando hasta hoy, el otro murió a los años de recuperar la libertad. Conté todo eso en una nota en Clarín del 30 de junio de 2008, a 30 años del Mundial.
-¿Cómo fue la experiencia de trabajar informando durante un acontecimiento que encubría una realidad que ya había golpeado a su familia muy de cerca?
OP- Fue muy difícil trabajar en esas condiciones. Pensar que estarían torturando a gente de mi familia en medio de la euforia del título fue una contradicción enorme. La sobrellevé como pude. No fui ni un héroe ni un frívolo distraído. Imagino que les pasó lo mismo a muchos argentinos. Vivir el mayor sueño futbolero en medio de la peor pesadilla de la historia política del país. Un caso bien argentino.
-Según tengo entendido, un tiempo después del mundial fue, junto a otros compañeros de la redacción, sorpresivamente despedido. ¿A qué cree que se debió esto?
OP- No fui despedido inmediatamente después del Mundial, sino tres años después. En la editorial CREA (Celulosa Rizzoli Editores Asociados, producto de la fusión de Editorial Julio Korn con Editorial Abril) comenzó a editarse una nueva versión de la revista Goles. Se llamó Goles Match y allí confluyeron, entre otros, periodistas como Jorge Azcárate, el director, y Carlos Ares, el jefe de redacción. De la vieja guardia quedamos Horacio del Prado y yo, los dos secretarios de redacción. Fue un grupo increíble y de a poco nos fuimos animando con cuestiones a las que el periodismo deportivo no se animaba entonces. El detonante fue un recordado reportaje que le hicimos al Premio Nobel de la Paz, Adolfo Pérez Esquivel, un hecho que hirió por primera vez a la dictadura a los ojos del mundo. Recuerdo el título de la nota: "Gol argentino". Eso fue en agosto de 1980 y el almirante Lacoste, el mandamás del fútbol argentino de entonces, el hombre que bendijo a Grondona al frente de la AFA, se propuso corrernos de a uno. Y empezó a presionar a los directivos. Los resultados no tardaron en verse: Ares debió exiliarse en España, Azcárate fue corrido a director de Siete Días y a mí me mandaron a Radiolandia 2000. Se desarticuló el equipo de Goles Match por completo.
En Radiolandia 2000, con el respaldo de su director, Francisco Loiácono, un periodista "de los de antes", puro instinto y adrenalina, me dio total libertad y seguí molestando con mis notas. Recuerdo una columna de elogio a las Madres de Plaza de Mayo, varias notas contra Lacoste y un reportaje a Julio Bárbaro, que venía de sufrir un secuestro. También a un científico argentino perseguido por la dictadura. El 16 de diciembre de 1981 me despidieron. Me pagaron doble indemnización, cheque en mano y una sola condición: el mismo día debía desalojar mi oficina.
Fue muy traumático. Estuve 8 meses sin laburo, en plena dictadura, con dos hijas muy chicas y la muerte instalada en la familia. Por eso me dan risa los imbéciles que acusan a quienes trabajamos en Clarín de haber sido cómplices de la dictadura. Quisiera saber qué hicieron ellos en ese tiempo. A lo mejor son como Barone, que trabajó justamente en Clarín en aquellos años.
- ¿Que opinión te merece la película "La fiesta de todos", y el trabajo realizado por su director, Sergio Renán?
OP- La Fiesta de Todos terminó siendo un producto propagandístico de la dictadura. No quisiera juzgar a Renán sólo por eso. Fue un error de su parte.
-¿Tenés una postura parecida en cuanto a la labor desempeñada por José María Muñoz durante el Mundial?
OP- El Gordo es un caso diferente. El agarró la bandera de la dictadura y fue el frente con todo. No sé si de obsecuente o de turro, pero así fue. Asumió a voz en cuello eso de que los argentinos éramos "derechos y humanos" y todo el discurso miserable de la dictadura. Un espanto.
Lo "maté" en un montón de notas, sobre todo en el diario La Voz, de la izquierda peronista, en el que trabajé luego del despido de Radiolandia 2000, entre agosto de 1982 y octubre de 1985. Él les pidió mi cabeza a los directivos, a cambio de conservar la pauta de Radio Rivadavia, pero no tuvo suerte. En La Voz fui secretario de redacción a cargo de Deportes y allí revivimos el espíritu de Goles Match. Fue una época profesional muy productiva y, aunque la dictadura estaba en retirada, tuvimos presiones y amenazas, con Falcon en la puerta del diario casi todas las noches.
Quisiera volver a lo del Gordo Muñoz, para ser justo con su memoria. Muchos años después, en 1991, yo era vocero de Antonio Cafiero en la Gobernación de la provincia de Buenos Aires. La única etapa de mi vida en la que no trabajé de periodista. Ya terminaba mi gestión porque Cafiero dejaba el puesto y asumía Duhalde. Me cruzo en la calle con el Gordo y lo paro. Hacía mucho que no nos veíamos: "¿Te acordás de mí?", le pregunté. Me miró como intentando sacarme y le quité las dudas: "Soy Osvaldo Pepe", le dije. "Huyyyyyyyy, vos...¡las veces que me mataste en tus notas! ¿En qué andas ahora?" Le conté que en días me quedaba sin laburo y el Gordo sacó su tarjeta personal, me la dio y me dijo textualmente: "Llamame, algo te vamos a encontrar". Era el mismo Gordo Muñoz que unos años antes había pedido mi cabeza y que ahora me tendía una mano. Así era él. De todos modos, nunca lo llamé. Pero en el balance, me quedo con ese gesto humano y solidario. En lo ideológico, no tuvimos nada que ver, obviamente.